Implosión de líneas
rígidas en la arquitectura,
los muros de las casa
desfallecen su colorido.
Se graba la penumbra
en la mirada de yeso
demolidos hierros
cementados entre zafras con ira.
Nada saben las ásperas
crines del mitón herido
de precipitados aludes
en balcones agrietados de herrumbre.
El barro blanco es la
cal polvorienta de estrellas caídas
y la lengua mordaz
golpea el agua al viento del frío.
Se detienen las ruedas
gastadas en las arterias del tránsito,
multiplicadas corbatas
negras luce el peatón peregrino
y en su reloj la
balanza es desarmonía de estático paso,
la conversión de las
rosas implantan sepias fotografías.
En retratos de
agujeros glicinas impías en alocado desequilibrio
avanzan entre aguas
ciegas fachadas confusas de mástiles perimidos,
lentos movimientos de
navíos desflorecidos en mareas antípodas.
El viento se hace
flagelo de látigo azuzando sustancias difusas.
En la conversación
enredada nace el idioma babélico
con la mala virtud
sanguínea del tomate apedreado.
Los hombres con
corbata se balancean en la línea del peligro
y damas arpías con
humus patético lloran doliente muñecas rotas.
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