Un
foso guarda a un hombre
que
no respira,
se
agotó el segundo del tiempo
en
las pálidas agujas del reloj,
miradas
escépticas de sentimiento
no
se juntan en el ojo rígido del féretro.
Hay
lágrimas de consortes,
aguas
de bustos viudas,
abiertos
abismos gélidos
que
levanta el viento
en
la voz del polvo/
En
una lustrada caja
se
desgarra una luna de vela,
la
cavilación del difunto
se
fue en otra legua,
distancia
que no contempla
el
vívido fortuito/
En
una ráfaga de domingo
se
santificó en piedra
la
dramatización desteñida
mojada
de niebla.
Con
asombro de tribulación
se
llevo sueños aturdidos
dejando
para los vivos
que
expulsan quejidos de inanición
tan
enclenques como las lágrimas
que
no lloran por sus muertos/
Quedó
en sus oídos
el
zumbido de avispas,
se
fue como un estorbo
glorificado
en las vistas.
Historia
sublime de sonrisas
era
la narración del osario y
en
apagado breviario
dejó
a las visitas sus entuertos/
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