A la buena fe del señor arden los
pastizales
con humo que asciende a la altura de los
Balcanes.
Secas nubes se nutren hacinando sus
estratos
y entonces llueve sobre los lotes del lino
sembrado.
En la demanda natural del balance acertado
al pestañear de mi amada gotas amplias de
rosales,
sobre su cabellera áureo fluido de
estambre,
la altura desciende a su pecho fermento de
cuajo.
Entonces suben a la tierra huestes de
simientes solares
la preñan y se ensancha el vientre de siete
lunas leales.
Las esferas ya esparcidas entre pulmones de
vida
a las enaguas del aire que apacibles
fortifican
este abierto surco de algarabía trabajado
con metales
de azadas y badilas binando terrones
acaecían.
Hinchado campamento de cascos argentos y
cisnes resolvían
la ecuación paralela entre facetas de
natura y mi amada laborante.
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