Un
hombre tan gélido
no
distingue sus dos caras
frente
al espejo.
Lo
carcome el ciego silencio que no cesa
de
mirar por dentro
la
dura indiferencia del salón vacío.
Precisa
otros ojos antes que los suyos
para recuperar la mirada de facetas.
En
el vértigo real del tiempo
el
presente es el ahora donde se quiebra
su
propio pedestal sumergido,
el
bajel navega huracanes que atormentan
los
trazos de la figura amorfa.
Impacta
sobre su perfil cerrado
un
proyectil partido en fragmentos.
Las
variables del paso tortuoso
exudan
inconclusos diálogos de amores furtivos.
En
la senda de la fuga la débil sensación
no
enfrenta el soslayo del vidrio que refleja carencias
la
identidad compleja y en la pétrea inacción
halla
la dignidad en molido pertrecho.
La
rigidez del movimiento se fragua
al ociosos esqueleto estático y yerto.
Aséptico destila a borbotones alcoholes de
indiferencia
y
frío regresa su paso autómata como una lánguida sombra
que
dejó en las calles cuellos de botellas.
El
solitario habitáculo es oquedad de penas
cuando
en la copa se derrumba el peso vencido de la entrega.
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