Me despierta tu mirada
anclada en mi pupila.
Donde anidan tus ojos y
en destello mortal cae el sol ardiente
entre las hélices del alba y
mis ojos que te miden.
Manojo de llaves en racimo acarreo a tu
umbral y
el cincel del tallado ebúrneo, a tus
labios de esfinges.
¡ Ay, Morena. Con el poder del cuervo
me rasgas ¡
Yo, con la paz de la paloma y
las alas de águila, oteo tu vientre y
con sigilo de enamorado, tus cúspides
benditas.
En tu silencio de playa, la roca se
hace arena.
Tus pies de plantas en abatida arrean
la ola verde de algas.
En el tiempo del cenit se cierra el
telón.
¡ En ti. Bendita morena. La castidad no
tendría perdón ¡
A tus dulces raíces en dedos,
con pies de roble me aferré,
mis piernas en tronco de sauce, se
doblan y
se agitan a la brisa de mi guarida
vacía.
A la distancia, carmesí de espuma,
en el artero lago de tus venas.
En el muelle de tu puerto,
cuando arribo a tus labios,
despojados y carentes,
al roce los embriago, y se van colmados
de besos.
No los inquieta la espera,
ni los pausa la tormenta.
Saben que están forjados
a la medida de mi boca.
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