¡AY.
Hermano mío! Como pudieron atarte a la cruz
si
tu Padre nunca te hubo abandonado
ni
aún del Dante sus últimos peldaños y
te
ha revivido en letras hasta Juana de Ibarbourou.
Te
flagelaron las atrocidades en una lavada indiferente de manos
en
el afluente del agua caída en lágrimas dónde se enjugó Pilatos.
Si
una ultima piedra no fue arrojada a la prostituta
fue
por tu palabra de lengua ecléctica e indulta.
¡AY
Hermano mío! Como amaste hasta al enemigo.
Las
máculas bélicas del hombre te dolieron como espinas
clavadas
en Pedro. Heredero del pan, intestino de amigo.
Si
la navidad trascendiera tu nacimiento
y
evocara la marca de tus estigmas,
no
habrían de chocarse copas en brindis de efímero momento
ni
pronunciar vanas conferencias sino palabras de lecciones dignas.
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