Rozar
en el lecho
otra
piel que no es tu cuerpo.
Una
voz ignota que se instala
en
la palabra tierna y puebla tu silencio.
Percibir
mis dedos cenizos recorrer
la
vacancia del turgente contexto.
No
hallo la adiposidad precisa y el tacto
es
la impresión ilusoria que extraña
al
ápice sensible de las yemas,
la
nimia exploración de tus meandros.
Es
tan doliente y ajena la labor de plantar una rosa
hendida
en un desierto que desconozco,
como
un reloj que destierra
alegórico
polen de instantes floridos.
Un
sutil aroma sobrevuela el reducto.
pero
no me envuelve como tus fragancias sedosas,
ni
en la incierta mirada reconozco el
abanico de tus parpados.
Esta
triste acción de separarnos nostalgia de tango
gotea
cristales turbios, solo fuego diminuto,
llama
combustible de agua,
pólvora
que estalla sin esquirlas
cual
una mano hueca que acaricia el aire.
Esta
silueta vaga se reduce a un dolor de agujeros,
o
quizás me persiga el acoso de impaciencia
o
la cruel culpa de haberte abandonado.
Esta
noche de compañía no tiene frescor de luna,
la
fricción de cuerpos solo roza las aristas del sexo
que
no equiparan el amor irredento
de
tu continente deseado que a mi sueño perdura.
Tal
vez no supe escuchar la palabra engrosada
en
la mudez del suspiro algo recóndito expresabas con urgencia.
La
razón se nubla como el rocío erigido en escarcha.
Pero
que sabe la razón de la simple ternura de tu gracia.
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