No
sé si algún día sabrás
el
volumen con que te amo.
En
el andar cotidiano estás
tan
sumergida en mi piélago
como
las entrañas de tu alma
que
en mi duermen.
Te
exaltas, carne de agua,
pulpa
de lucero naranja,
te
anclas en mi pecho
fondeando
la magnitud de tus senos.
El
aire es contorno etéreo
en
el domo de tu vientre,
ahí
renace hasta la lágrima inerte
y
se hace cristal de agua,
la
hoja del enebro.
Murmullo
mío,
tórtola
de cintura
que
se lleva mis venas
en
el profundo minuto/
del
topacio incrustado
en
las violetas.
Cadera
de opulentas finuras
En
las orquídeas de
pétalos
me desmiembras
con
ese amor de flecha
que
desprendes con soltura/
En
mis arterias gira música de cellos
que
en el cuerpo del oboe se afinan.
No
entran aún espacios bellos
en
los cuerpos de agonía.
Con
música apacible
el
tambor retumba el choque de laceros,
se
amplifica el sonido en
el
estampido acústico de nuestros
oceánicos besos,
cual
inmensas olas de fuego
quebrando
espuma en acantilados,
y
salpica como el rociado gotero de tu pecho
delgadas
siluetas de salitres elfos,
que
con runa de símbolos
esbozaron
frutos de cerezos
en
los capullos de tus rojas riberas/
En
la hora del festejo la alegoría
se
hizo himno,
voz
de nuestros pueblos alegres
y cantaba por nuestros cuerpos
la
fuerte sinfonía de la foresta.
Tu
y yo, dos riberas agrestes
conviviendo
bajo el mismo velo ígneo/
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