Josué dejó su canto dormido en la
intemperie de una plaza,
perdió su gola el encanto y hoy ladra
por dentro,
da vueltas en el aire al revés de una
moneda de tres caras,
Se transporta inquieto, persigue los lados piramidales del
fuego,
optó por dialogar con su perro y
ajustado se sienta
entre una lata y dos maderas
aposentados en una piedra.
El viento indócil erosionaba sus dedos
y bajo un cuarto de luna menguante
entrecana crecía su barba que irónica
se dirigía hasta sus mangas.
Tenía en su sombrero de paja el guiño
de una mirada sin mensaje,
sobre un puente direccionado al vacío
dibujaba intervalos
y sin mediar con dioses códigos de insalvables
reyertas,
tomó un cigarro y lo prendió entre sus dientes,
el humo se evaporaba guardando retazos
de armellas
en el único cuarto de su bolsa de
trapo.
Recuerdan que de agujeros negros eran
sus invisibles guantes,
Vivía entre los siniestros de las
calles dolientes.
No había un lugar en el tiempo donde
ubicar restos de formas,
ya era vaguedad la instalación que borroneó
sus recuerdos
cuando alguien lo vio abrazar una
sombra
y descubrir que sus labios eran secos cárdenos,
implantación de yeso conspiraba su
semblante.
Carreteó al fondo de un pasillo y saltó
un paredón,
desconcertado cayó en las bodegas del
puerto,
aquellas donde intimidaba estreno de
siluetas.
Sus órbitas profundas parpadeaban guiños
que despertaban suspiros en las catervas
viciadas
donde el claroscuro era grosor de libidos
huertos.
No fue quizás la moneda de su sino
entreverarse en giros
como un papel que envuelve tabaco.
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