Dichoso
de envida el hierro sin nervio sensitivo,
la
roca y su alga anestesiada,
dueña
de la dureza
sin
párpados para el llanto/
¿Quién
le ha preguntado al corazón por su dolor?
Solo
el consciente hombre tiene la palabra malgastada
y la
pregunta inconsciente nunca expulsada.
Que
sabe el yunque del dolor de la carne.
Ni la sombra
del espanto del alma iluminada
sospechosa
esconde su negro abismo
tras
el humo del camino
mientras
la vida sigue su paso fúnebre...
Camina
suicida la tumba del ladrillo
ignorando
el peso del sendero/
De los
rojos brezos transformados
a los
olores ciegos del asaro,
como
dos columnas de coléricas flores/
Los
pies arrastran la valija gélida
del
equipado sepulcro,
no basta el rumbo cierto del orden
en la
catástrofe del sentido/
Golpea
insistente el martillo del nervio dolorido
y
pronuncia su voz fatal con ajeno gemido/
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