Cuando el alma rila su invierno
declinan las patéticas agujas del
tiempo,
siempre llora el cielo infausto
hirsutas aguas sobre delirantes cubículos.
La noche avanza con pérfido aleteo
y un acre olor a muerte
atrae el instinto de los cuervos.
De pronto Beethoven suena
a dulce melodía
y Mozart es abrupta sinfónica retumbando
en desvarió.
Tinieblas de espesa grisura ignoradas
se hospedan en el cielorraso de la casa.
El corazón palpita vacio su ánfora sanguínea,
preanuncio de señas que deja el suicida
antes de saltar al abismo.
Todo huele a amarga despedida,
a tácito infortunio que se aleja de la
vida.
Abducción separatista de noche ciega,
No tiene azabaches protectores su velo
que amparen la entidad solitaria de
presencia,
confunde su olor de azucenas
con el hedor pútrido del ásaro que
reina.
En mi corazón la rosa estableció sus
espinas,
los pétalos se derrumbaron con escarcha
de ausencia,
pero estoicamente aguardaré en desvelo
los trazos mínimos que plegó en las
sombras,
hasta que irrumpa en el pórtico
cual vehemente marea con pulso de
fastuoso geranio
adormeceré este vacuo tormento,
la vaga sensación gélida de abrazar el
aire yerto
al compás de un diapasón desafinado.
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