Es tu pelo el
instante amarillo que mi mano ambarina toca,
me iluminan tus
ojos color de luna claro,
radiante relámpago,
abres las sombras del agua,
magnolia desatada en la espuma de la sal rota,
magnético cuerpo
desnudo de otoño espeso ardiendo en llamarada,
la arcilla es la
entidad que te sustenta piel de alga.
Trabajo afanoso en
la corteza del fuego,
todo tu continente
abarca crepúsculos sin tiempo,
por tu boca deslumbrante
ondean horizontes añiles mojados
con frutos de
lluvia.
Eres el día
amatista cuando despunta su frente la aurora,
el arrebato florido
que vuelca sus torrentes de blancura en mi abrazo,
el círculo
viviente que rodea longos campos de tus rosas vivas.
Exploro hondonadas
que mis labios reconocen
y en las llanuras
de tu vientre, hay flamencos y cisnes astrales
hospedados
en la trama de los tejidos invisibles, colmamos el
silencio con acoso
de ternura, me envuelves en tu capsula celeste
mientras en la noche construyes constantes dobleces
el día solar bosteza
en la luz del lago y se hace espejismo de sereno continente.
Es la agilidad de
tu cuerpo la prisión desmembrada
que rompen los
quejidos de los cuerpos morados,
tu forma de lince es
la hechura tórrida de un verano
en un pozo dormido
de acuáticas amapolas.
se yerguen espumas
de montañas al pie del tálamo,
nupciales
territorios vagos, nos entrelaza la viscosidad de la sangre,
el puerto de miel
donde las abejas anclan sus enjambres.
Y tú y yo, tan amada
como la pródiga tierra engrosada, eres el cuerpo
del racimo que en
mi boca estalla,
boca de horno
forjada en los pórticos ardientes del alma,
cúmulo de gotas
que en su círculo viajan en un panal
dócil dormido en
el estanque, un
aleteo marino de quietud despliega
su velamen amplio en la noche de los cuerpos sin
cerrojos.
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