Rozar en el lecho
la piel foránea que no es tu cuerpo.
Una voz ajena que se instala
entre silabas de palabras tiernas
aún me puebla tu silencio.
En esta perfecta forma mis dedos nómades
recorren
la diversidad de carnes sin tus huesos.
El tacto no halla la adiposidad exquisita
que extraño,
el sensible digito de las yemas
evoca el tránsito de tus meandros.
Este aplazo de metales distanciados
en la rigidez del tiempo se hace dura
piedra,
como plantar una rosa con dedos compactos,
hendida en un desierto que desconozco.
Como un reloj que desgarra
pétalos felices de recuerdos floridos.
Un sutil aroma sobrevuela el reducto
y no me envuelve como tus capullos
perfumados.
Ni en la augusta mirada
reconozco el abanico de tus parpados.
Esta tristeza de separarnos del mismo
punto
es la inercia del impulso con raíces
inmaduras,
goteo de cristales fríos
en los brazos de las ramas caucas
percutiendo nubes de nostalgia.
Al estremecer de la ignorancia solo humo
mínimo
Insípido cae al suelo como un cartucho
de pólvora vacío.
Esquirlas de cenizas cubren la figura,
semeja una mano hueca que acaricia el
aire,
esta silueta vaga entre agujeros de
esbirro
que no perforan tu retrato en la
memoria afincada.
Quizás me persiga este acoso de
impaciencia
o la cruel culpa de haberte abandonado.
Esta noche de distancia compartida no
tiene frescor de luna,
fricción que no equipara el instante
del amor absoluto
del continente deseado.
Tal vez no supe oír el fonema engrosado
en la mudez de tu sigilo.
o la razón se obnubiló como el roció
levantando hilos de bruma,
pero que sabe la razón de la simpleza
profunda de tu ternura.
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