Dicen que la poesía va
feneciendo
como los trastos inútiles
del desencuentro.
Pero yo miro la tierra que
sangra su negro de vena
y de su lago recojo un
trébol de dos hojas
que conserva la esencia de
la poesía/
En las ciudades hastiadas de
hollines
los escritorios encorvan los
sentidos y
las altas torres confunden
babélicas las lenguas,
Mas siempre tras una límpida
ventana
asoma un ojo curioso puro
como el trigo blanco que
retira su harina/
Saluda una rebelde mano de
populosos motines
y continua la calle paleando
la zanja de la tinta/
Entonces...
¿Quién
dijo que la poesía anda el precipicio de la cornisa
y que su aire se ha fatigado?
Desde el arrabal a los
cantos cuadrados del adoquín,
de las flojas ochavas a los
campos gobernados
donde las bestias no pueden
estirar sus patas
en los días turbios se abren
las ventanas a patadas/
Se van yendo antiguas voces
de vida y semblante
en aguas claras sin
vergüenza ni turbante.
Sus sudores aun rocían el
poro feto buceante,
futuras plumas que oirán los
sellados clamores
y verán el deleite de la
rama con distintos nombres/
Ya es por natural mandato de
existencia, expresión necesaria
que el aire no alimenta solo
pulmones.
La poesía sigue abriendo sus
bronquios dilatados/
En su eterno camino deambula
sana
con las piernas del destino
y su creación relevante/
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