Estremece el alarido que expulsa la mísera
pena,
al hombre le atañen los gemidos de
truncas voces.
se perfilan mil veces estrellas que
paralizan roces.
Los subterfugios de mil noches decoran tinieblas
tristemente vestidas.
Los jaulones del presidio son toque de
reproche,
estertores de grilletes dejan rastros
indelebles.
En el globo del aire se pierde la
garganta vacilante, el gesto se ausenta
en rígidos semblantes y lóbregos astros
fenecen sin ilusiones.
La bestia indómita adapta su formato,
no como la cobarde cuarentena que en
los palacios
se atraganta de boronas y por la boca
muere repudiando las pasiones.
Yo que no soy más que un sapo perdido en
la alcantarilla,
presiento la primogénita explosión que
esparce esquirlas de barrotes,
cautivo del inclemente carcelero me encierra
con despojos, busco en mis raíces y hallo la motivación de sentirme vivo como
la sangría del vino.
Aunque mi ánfora ande reseca y yo sude
como un buey arrastrando el arado
No ruego por el agua que en regalía
oferta la copa prístina del despreciable ufano. A mí me alcanza una gota de
lluvia libre para sorberla
entre las hendijas de mis manos.
No será mi gola el reclamo del agua
herida, yo grito por dentro,
tejo y destejo aullidos de las sombras,
le doy forma a los sueños y despecho el
olvido
que trazan las rayas grises de paradigmas.
Cerrojos de pórticos sin
aberturas, un espejo aguarda en vano,
la encrucijada parece abierta a la
vigilia cuadriforme,
entre todas las memorias se
pierde lo irreparable
de las fuentes donde el albo es
un camaleón de luna amatista
y las venas obturan el tráfago de
la sangre.
.
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