sábado, 18 de julio de 2015

DULCE SILBAR

     

Con su colosal ojos, el sol
no puede distinguir
las planicies de los arroyos,
ni ver lo que contempla
la mirada que se cierna
en una lozana cabellera.

El viento con sus fuertes pulmones
puede golpear nubarrones y que llueva en agosto,
levantar hojarascas del suelo
y batir arquitecturas de plumaje insuflando el vuelo.
Pero nada saben los cuatro vientos
de la sutil escoba con mil felpas de dientes,
delgadas como una rubia hebra
que se tuerce como girasoles.

La luna, todo orgullosa,
de plata y cobre pudiera,
ocultarse tras el lomo albo de una estrella
temblorosa y retumbar todo el firmamento,
alumbrar errantes primaveras
de hojas cadmias sin huellas.
Pero no llega a incrementar su plenilunio
ni entregar a dos labios un beso profundo.

Cuando viene la noche a refugiar sus corderos
cimbra en mis pabellones un ínfimo sonido,
el silencio de mi mujer expulsa un dulce silbar de jadeo.



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