En
una rigurosa madrugada el aire inmensurable
claudicó
en los pulmones del hombre probo,
que
con irrefutables argumentos
había
arrastrado por los hirsutos pelos
las
mugrosas botas del fascismo intocable.
La
soberbia tirana entró con sus letrados
edecanes cómplices de prestigio ilustrado.
El
ardid planificado expandió su estrategia
hasta
el ápice fatigante de la lengua persistió
la
integridad del fiscal con palabra férrea.
Fructífero
resultado cuando señalaron los muros clandestinos,
donde
el látigo eléctrico flageló testículos gimientes,
más
cerca de fosas agrupadas, confusos huesos sin nombre
grabaron
los hechos de inexplicables desapariciones.
Abrió
tanto el hocico impune con ofensivas rostros
sin
saber que la memoria no honra el genocidio
y
la imagen popular se grabaría en postreras generaciones.
Residuos
de explosivas cenizas catapultó el querellante,
retrotrajo
la intercepción de horrores en los sesos fragmentados,
sus
representantes alzaban la voz con estruendo suicida.
En
ambigua dialéctica la norma embustera incitaba al recinto el repudio del
mensaje.
La
bífida directica enumeró ya vencida el artificio
de
los cuerpos vituperados ante la imparcialidad del juzgado.
El
episodio era nefasto escenario, las víboras serpenteantes
regurgitaron
el recóndito carcelario de las covachas malolientes.
Atisbos
de repudiables sonrisas, náufragos en delirio desesperado.
La
fusilería del secuestro invisible tenía
las metrallas de pólvoras vacías.
Las
columnas temblaron bajo los palcos del pueblo dolorido
y
ante la impronta de la sentencia
irrumpió
el cerrado aplauso cuando el coraje de aquel hombre invencible
mostró
su incalificable peto de valentía.
La
convicción de la certeza erguida se pronunció ante la alta magistratura,
retumbó
la frase épica que cambiaria la historia con decencia
y
bajo la libre acción Presidencial
la
certidumbre de la fiscalía resaltó…
! Señores Jueces, NUNCA
MÁS!
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