Nuevos
destellos impactaban
el
rostro contra el espejo.
Invasión
de bríos
le
prestaba el universo.
Transparencia
de claros manantiales,
espadas
de arena, labiales sables
pintan
rojos crepusculares,
los
manzanos perfumaban el aire.
En
el lúdico recóndito luceros galardonados
resplandecen
la carne.
Después
las manos hacedoras
del
tiempo imperturbable
derrumbaron
la extravagancia,
antes
que la vena salte
el
límite estrafalario en la aturdida sangre.
Agua
bendita para las heridas,
lluvias
vírgenes de gotas.
Arena
de resaca sobre el piélago del mar
sobrevuela
sed de piedra
y
resquebraja la piel que forcejea
por
conservar tersas lunas lozanas.
Se
va diluyendo la magnificencia estática,
los
racimos se sueltan al peso maduro
que
no tolera el estampido de la brea.
Iconoclastia juego de su arte
endurecida
más cara de acuarela,
el
rostro devuelve miradas
de
mustias primaveras,
las
orbitas conglomeran otoñales hojas.
En
el servicio de la gastada agenda
los
números suman y restan…
Más
cerca del orín en las campanas.
Allende
tersura, arrugados pliegues trazan
el
próximo semblante de muerte.
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