viernes, 11 de enero de 2019

NIEBLA




La niebla  es para mí...
más que un paño resfriado tras un vidrio,
un mal dibujo de la lluvia y la bruma encontrados.
Tiene algo de primitiva ternura y
la indeleble marca de la somnolencia.
Algo de figura a flor borrosa y
la cercana inquietud de penetrar su débil sombra.
Con ella suelo memorar el paisaje que yace dormido
y la gota que moja y empaña el reflejo,
como guardando los recuerdos y
regando los cultivos de los sueños
Sudando las paredes y trepada a los techos
como si en racimos cayera
un beso constante de muro y labio traspasable.
Por eso la niebla es para mis ojos un color renovado
ni opacos ni brillantes,
una muralla intrigante que guarda aun la fuerza de la roja sangre
del espacio al cemento y los barros.
Cuando nos encontramos
no tengo la intención parricida de
 enterrar su optimismo en los rocíos difuntos
porque cada partícula me inunda de nostálgica felicidad
y me dejo absorber en sus intrigas de ritmo gris,
engullendo sus cristales aproximados
y cuando se me evapora un recuerdo a la lejanía
la niebla guarda en sus pergaminos mis memoras.
arrima mis barcas flotadoras  sobreviviendo los vacíos
y aparece como hada sabia,
como un mito de la nada
en la cornisa de  una mañana de sol,
o desafiando un crepúsculo lluvioso iluminado.

La niebla es solo un pase de magia más allá del enigma
de la naturaleza creadora en una siesta de pereza.
Tiene  la sonrisa de ser hermana del triunfo

y el orgullo de haber nacido con el cielo y la tierra

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