En la oblicua rigidez del
reloj
tu sentir dobla su herida
aguja,
mis oídos degustan los
minutos gruesos de tu palabra y
mis tímpanos adelgazan sus
gestos
como un aspa centrípeta que
atrae el viento.
Cada silaba que estiras al
aire es un tren de nubes leña y fuego,
que trilla los rieles de la
seda,
la miel vino como obsequio
de gratitud
en sus bodegas de furgón.
Mientras escucho tus letras
de himno
mis ojos de vida desfilan la
nota y su partitura.
De tu mirada de aire
a tus piernas de doble
camino el momento diminuto
rescata la hora secuestrada
del día
donde los veinticuatro
jueces
eligen su verdad de
preferencia...
Tu hora y la mia en Suiza
precisión de aguja.
Tus erectos senos esperanzan
al laurel
cuando asoman sus cerezos de
rojo cristal
como la punta del monte
confuso del olivo y
tus hombros descienden su
alud de cabellera.
Irrumpe mi rostro vítreo los
fríos sudores de la noche,
respiran el fuego de tus
parras blancas de pulmón y
andan los templados puentes
en tu entrecejo.
En armonía amanezco...
Amanezco una tarde serena
sin monotonía
catando el licor de tu
saliva y
despliego mi humilde ranila
con dilate elástico a tus
puntos de cerezo.
Con la fuerza de la inercia
y la actitud del reflejo.
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