En la frontera de los besos nos ardió la boca,
y a fuego lento
se consumieron las lenguas
en el lago inclemente.
Ya no quedan restos de lágrimas
pegadas al vidrio de la
lluvia.
Y nuestra patria, patria de
corazón compartido,
se evadió del paraíso a un país de amor y ventisca.
Tu voz dulce de néctar a la lejanía
me suena a voz en sincronía y
el eco se expande por la arena
cuando un pico níveo
decora mis sienes blancas.
Todavía se suspenden olores
llenando la soledad,
manchas húmedas en las
paredes
Cuando el espejo me mira
hallo tu forma.
Tu silueta se dibuja con
algo de amnesia
Soy un sonámbulo vagando en
el paraíso de los recuerdos
Me voy a la claridad de tu
mortal destello.
De la recóndita memoria del
amor
Solo evoco tu vidrio imponente,
cuando deglute tu imagen y
refleja una sombra,
en el cristal de azufre de
su cintura.
¡De ti me quedo, el apetito
voraz de tu carne desnuda ¡
Y de tu alma.
¿Como
mensurar el tamaño de su estatura ¿
Por las tardes le hablo al
silencio de ti.
De tus lágrimas de rocío,
el humo de tu hoguera.
De la ausencia de tus ojos,
donde las nubes pelean
en mitad del llanto del
cielo, y
en tus pupilas tiro mi red
de pescador iluso,
al océano donde caben mis
manos de estanque.
¡Llora cielo.
No de tristeza ¡
Mí querubín no se perdió del
rebaño
ni en hojarasca de otoño,
cuando las hojas caídas son
alfombra
y las ramas desnudas bellas
damas que
emergen en el retrato
de las primaveras colmadas
de antaño.
Nuestro amor centelleó el
pico de la noche, y
al galope soltando agua
enamorada por los campos.
¡Ah, si el cielo llora tu
ausencia ¡
Armaderas de barcas
atentas a un nuevo Diluvio.
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