viernes, 27 de septiembre de 2013

UNA MANO DE MUJER


Andaba ya mi dolor clavado
en la espina de mi pena,
como el alma lacerada de un esclavo
flagelado de azotes.
Congestionada la sangre en mi vena
como un preso tras rígidos barrotes,
cuando se dió mi sed a beber
bajo el pino que llovía trementina.
Mi calzado plegó su cordel
al pactar libertad mi paso con la vida.

Tras la hierba espesa de maleza
se escondía  la solución de mi hambruna,
un cultivo de abonadas brezas
que mis dientes no mordían del tiempo de la cuna.

Pedí a la tierra que grabara mi huella,
porque ahí tierra mía, ahí donde duele
la ausencia, reclamé un alma bella
con esfuerzo casi vano de afónico fuelle.

Se dieron mis ojos su capricho a dormir
bajo el amplio paraguas de luna nueva.
Mi pecho instaló la esperanza de vivir,
y que el alba trajera una mano de mujer
en el centímetro indivisible de la legua,

disipando la bruma instalada del ayer.

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