El cercano se
quebró
en el
aire helado que mediaba
el
espacio de los labios.
En la
breve mención de nombre
se
esfumó el vaho en por la claraboya.
Restos
de luces estallaban
en
los muros de nuestras sombras,
el
eco crispado del silencio
traía
un dejo de hedor a cementerio.
Su
olor se me escapaba por el espacio de los dedos.
El rugido
de uñas socavó del barro
la limadura
de caretas lóbregas,
oxidado
devaneo que sofocó al vacío de almas.
La
pasión yace muerta al pie de la escalera
y los
rellanos conforman el escenario del drama.
Ya no
resalta el fulgor de llamas
los cuerpos sepias acumulan pétreas hojarascas
como
las ropas abatidas sobre el alfeizar
que hoy
son el harapos del drama.
Este
fracaso del intento por revivir mustias velas,
como
esas heridas en la tela purpura y la intima borrasca.
En el
corpiño del pecho yace la muerte del último beso,
la
suntuosa percepción que invadía el
romance en ascuas.
Observa
desde otros ojos los ojos protagonistas
vagando
en la nada.
En
los planos no territoriales se trizan áridos acrílicos,
deserción de siluetas al roce frio
del cuarto se licúa la pólvora mojada.
Los
pechos son el paradigma que distingue
la
incandescencia de lo gélido.
Ya éramos
piratas robándonos ajenas sombras,
retocando
la propia imagen que al todo desilusiona
la
procaz revelación del relato en dos trincheras lejanas.
Todo acústico
sonido gutural es abigeato de certeza
Hasta
la ficción de manos enlutadas en cuero negro.
Marchitos
lirios suplantan aquellas flores rojas de pasionarias
No sé si nos unió a ternura o el espanto
de ser solo dos criaturas solitarias
dentro del alma se albergó el duro salitre fracturado
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