Vírgenes sin escuadras
perdieron el ángulo
de sus muslos
en templos inútiles
velando
amarillas pizarras y
santos mustios.
Frías bombachas que
no suspiran
se congelaron al
minuto
de la esmeralda
petrificada.
El tiempo ha enloquecido
de contar secuencia
de números.
Álgebra de enaguas
antiguas
la hoja del placer se
aletargó
en un reloj
moribundo.
En su peso caen
erectos árboles
hartados del reposo
de las faldas.
La ceniza del corazón
se fraguó en la
ausente juventud.
La luz se hizo sombra
de ciegos corceles.
Dibujó sus espaldas
un príncipe azul y
murió en los muros de
las pizarras.
Mi dulce amiga, cruz
del amor casto,
se escriben diez
siglos con hilo
en el borde alambrado
de tu corpiño.
La libido se diluyó
entre las aguas
higienizantes
el amor apretó tus
dientes
y llenaste de lágrimas
la copa transparente
de nácar ausente.
Tomás tu agenda
oxidada
tachando nombres que
ayer fueron
promesas de amores y
hoy hacés trizas
sus recuerdos
insistentes.
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