Recuéstate,
topacio salitre de vivencias,
sobre
mi vientre impulsivo,
vierte
todas las gotas
en
la veracidad de tu existencia
que
al mínimo suspiro se propaga
el
ávido deseo de conquistar
los
armonios estetas que cantan villancicos
hospedados
en la piel del cuerpo.
Pero
es tu cintura de lienzo una luna surrealista
donde
conservas la vehemencia
en
anillos de almendros tentativos.
Con
que vitalidad abres tus ramas.
No
las del árbol,
sino
los brazos amplios
que
propagan ondas sobre el pecho.
Sin
origen ni centro,
sin
causa y con efecto multiplicas elipses enraizadas,
luces
de obsequio te otorgó el alba.
No
descifro la impresión
de
tus manos de mimbre
cuando
interpreto la sensación sublime
te
veo rebotar en una esfera de espejos
y
en la confesión del eco escucho
una
vaga melodía de canto sirenio,
y
no es más que tu piel aguamarina
impregnada
de néctar afrodisíaco.
La
adherente telaraña de saliva hendida en tu dermis.
Me
enmaraño en sus redes de salvaje brío
y
como una ráfaga me trenzo en un torbellino de besos.
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