La palabra que se escribe en
el día
no tiene imagen ni figura,
solo es un escote en la
poesía y
en la tarde se desarticula en
movimiento.
La luz se cuela por la
lucerna,
trasvasa la opacidad del
techo,
rígida se mantiene,
se adelgaza en su sostén
al amanecer o en la irrupción
de la oscuridad/
Busco la herramienta que
libere mi palabra
o seguiré siendo el patético
imberbe que nadie lee.
Un jeroglífico que no halla
la distancia
entre el placer del sueño
creativo
o la fractura del verso que
no ha venido.
Escojo la brumosa claridad de
la vela trasnochada
escribiendo en la penumbra,
que macere bajo la luna
un escrito con sentido
y que el alba moldee un verso
puro
articulado en la mañana
con el fermento creativo de
lo nocturno.
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