Los cien barrios de Buenos
Aires
tienen un dejo a tango de
tarde,
flota el humo del cigarro y
la ceniza
teje paisaje de frescura.
Afina la bordona al canto de
calandrias
hay dos alondras en la puerta
de mi casa,
los cables cuelga laberintos
de sombras que vagan.
Retratos de antiguos soles,
luces en vigilia, arrabales
de Corrientes antigua, bares
mitológicos aposentados en
los chaflanes.
Del florido Palermo los
naipes
se barajan, cara prieta de
puñales
el mazo bien mezclado, el
cubilete
se revuelca en la ribera de
san Telmo.
Ya no hay cobres en las
aldabas,
la sudestada es sino de
sortija.
Esta vaguedad de recorrerte
sin apresurados relojes,
corva oblicuidad
la tarde concluye en sombra noctívaga.
Despiertan farolas que no
duermen
alertan broncíneas campanas.
Tarda dilación de espesa madrugada.
Huelen a jazmines lindantes
las cancelas.
La ciudad tiene sus teclas de
esperanza
en el vergel del patio andan
riberas dormidas de sábanas
como suave mármol acaricia la
mortaja
de perros lobizones,
finitudes de ocasos
lavan aguaceros en los tejados,
pero la calle siempre tienta
la pedestre primavera que encaja
deslustre de zapatos, de
luminosidad absorto
regresa el esqueleto ebrio de
ginebra
tan cansado se funde al tálamo,
seguro un bandoneón a ciegas
y un violín de cuerdas
acompasaran el descanso.
De LLUEVE EL
VIENTO EN LOS TEJADOS- a publicarse julio 2019 - Ed. PALIBROS - N.YORK - EEUU
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