Rozar en el lecho
la piel foránea que no es tu
cuerpo.
Una voz ajena que se instala
entre silabas de palabras
tiernas
aún me puebla tu silencio.
En esta perfecta forma mis
dedos nómades recorren
la diversidad de carnes sin
tus huesos.
El tacto no halla la
adiposidad exquisita
que extraño,
el sensible digito de
las yemas
evoca el tránsito de tus
meandros.
Este aplazo de metales
distanciados
en la rigidez del tiempo se
hace dura piedra,
como plantar una rosa con
dedos compactos,
hendida en un desierto que
desconozco.
Como un reloj que desgarra
pétalos felices de recuerdos
floridos.
Un sutil aroma sobrevuela el
reducto
y no me envuelve como tus
capullos perfumados.
Ni en la augusta mirada
reconozco el abanico de tus
parpados.
Esta tristeza de separarnos
del mismo punto
es la inercia del impulso con
raíces inmaduras,
goteo de cristales fríos
en los brazos de las ramas
caucas
percutiendo nubes de
nostalgia.
Al estremecer de la
ignorancia solo humo mínimo
Insípido cae al suelo como un
cartucho de pólvora vacío.
Esquirlas de cenizas cubren
la figura,
semeja una mano hueca que
acaricia el aire,
esta silueta vaga entre agujeros
de esbirro
que no perforan tu retrato en
la memoria afincada.
Quizás me persiga este acoso
de impaciencia
o la cruel culpa de haberte
abandonado.
Esta noche de distancia
compartida no tiene frescor de luna,
fricción que no equipara el
instante del amor absoluto
del continente deseado.
Tal vez no supe oír el fonema
engrosado
en la mudez de tu sigilo.
o la razón se obnubiló como
el roció levantando hilos de bruma,
pero que sabe la razón de la
simpleza profunda de tu ternura.
De LLUEVE EL VIENTO EN LOS TEJADOS- Publicado en julio 2019 - Ed. PALIBROS -
N.YORK - EEUU
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de autores.
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