sábado, 31 de mayo de 2014

TURGENTES LADERAS

Nombras al girasol,
dulce mujer,
y sus amarillos giran lentos,
sobre al aire que lleva los terrones
en los barriales del campo.
El cuerpo verde de la avena
deslumbra cual esa mirada de hoja
reverdeciente bajo tus blancas nubes
de primavera.

El maíz ocre brilla y en el cuerpo
de la espiga se dora,
te clava en el pecho
hasta ser la desnuda transparencia
del marlo desmembrado
en los vapores donde el agua
de tus calderas brotan/

Nombras la alfalfa de tierra negra,
brote equino que tu figura de hembra
muerde con tus dientes de afiladas
láminas en el humo evaporado de tus charcas.

Silencio de lago en marea áurica,
tienes de la soja la fortaleza
que me levanta como una viva ola resucitada/

Nombras la maleza y resurge
en plenitud esa tibia aspereza
que sustenta los lotes de algodones extensos.

Nave de mis venas.
Baja del cielo azul relámpagos
prendidos en el choque de nubes
níveas que en esta rural hierba
de colorida sabana topacio sin límites
eres la húmeda burbuja,
en la sustancia de la espuma
recuperas la hora
en un reloj de invertida arena
como esas playas tropicales
que van cayendo en plenitud de
copiosa lluvia/

Sereno manantial acuático
donde mi cuerpo buzo nada
tus infinitos brazos donde resalta
el ámbar en tus cristales y
en el espejo de tus mojados pasos
entras en cañaverales de melaza
que en tu pecho se resguardan/

Cuando nombras las primordiales cosas y
deletreas mi nombre con pausa,
aunque el elote y mi boca
conjuguen los adjetivos de tu cuerpo florecido,
y en verbo conspiren irrumpiendo
el silencio de la palabra,
al entrar a tus territorios de estrechas abras
donde reposan las bases
de tus blancas colinas con su cúspide duplicada
emigran sus exaltados sentidos
a las laderas turgentes donde urdo mi boca de telaraña/
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