domingo, 23 de abril de 2017

DOLIENTE




                  

Un hombre lleva en su rostro señas
trabajadas por el filo del tiempo,
rigor de frías madrugadas y sueños pálidos
evidencian el cortejo del ocaso,
las palmas colmadas de callosidades duras
producto de afanoso brego.
Sus dedos son un dolmen al grosor áspero,
contacto con la lija en estaciones lúgubres.
Luce astillado frente al espejo
y una a una, la horda del vidrio llora y la sal  triza sus órbitas, 
el tiempo del amor celestial  pasó volando.

Un hombre que desconoce la espera de la muerte,
aprendió a agradecer los menesteres diarios,
la rutina del trabajo,
el sueño licuado y el sabor del vino barato.

No sospecha la etimología del abandono,
esa mujer que ha amado lo dejó ya hace años
y puede recordarla sin agotar la realidad.
Realidad que solo vive el presente,
el porvenir es la distancia que media el ladrillo
con una copa de champán.
Vive el lado azul de la esperanza
con mortal inocencia,
ha tenido voz de huésped y espacio de vaga espera.



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