Suelo ver en la tarde,
detrás de mí, la sombra de tus manos
cristalinas, amanecer la luz en vidrio de
espejo,
cuando la noche despierta
De tanto hilo desprendido
me huía la vida por los
aromas
y los bruscos ríos con aguas
amenazantes
trayendo la espuma como
espada,
incendiando los panales,
mezclando el azul, con la
tierra y la luna.
Huyeron con cara de espanto
mis espectros,
cuando de nuestras dos manos
hicimos una única mano.
Una sola mano de compañía.
Ignorante de la soledad en
penumbra.
Manos hacedoras, del pan, el
vino y la madera.
De la gota prima del rocío,
exprimida del ojo brillante
de una estrella.
Por el camino nos hicimos
senda,
pareja de casales,
Apareados bajo la sombra,
que ahora era brisa
iluminada.
Fruto y sangre en nuestras
manos,
encausadas en el valle de las
venas.
Con las palmas pegadas,
Anduvimos rimando la vida con
la dicha.
Plantándole a la muerte, en
el huerto,
con nuestras manos verdes de esperanza
la semilla de la espera.
Soltando al aire el pasto y
el laurel.
Y en cada legua del camino,
un pétalo virgen
como la madre rosa.
Tu mano hizo de mi sombra,
el dibujo de dos figuras
cuerpos caminando,
en el destello del pasillo
de los girasoles sonrientes,
irradiando en la tarde,
el amarillo mas fuerte
que la luz furiosa ofendida puede soltar.
Intentando derretir nuestras manos unidas
con un cataclismo de fuego.
Sin saber, que nos las une la
miel,
Sino, el amor conjugado e
impenetrable.
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