Mueve la comparsa su cadera
de baile y lentejuela.
La pasista inunda los
forasteros ojos sedientos de nalgas
ambulantes,
el termómetro eleva su calor
de aire al apetito de la carne.
El taquero vigila en celo la
miel de los muslos derramados
y el adoquín de San Telmo
extraña el fuelle de Pichuco,
los bares de Pompeya la gola
de Goyeneche.
El status de atavío suena en
Quo de los setenta,
la luna eclipsa su lozano
borde de Floyd.
El Alcalde revisa su
agenda de numeros,
resta los haberes y
multiplica los debes o viceversa...
¡Qué mas da!
Si regresa de tres
prostibulos y cinco borracheras.
El sentado en la silla del
gobierno ruega al león le traiga su Diosa de melena joven porque Malena cantó
su último tango en el tiempo de la viruta.
Los anegados ojos de libido
siguen su senda de cadera,
la diminuta esfera de sus
pupilas no ve mas que la pulpa
y la sombra negra del pensar
oculto se limite al carnal.
El morlaco y su mosaico
extranjero expatriaron el barro
y la acuarela de verde papel
reemplazo a la patria.
En los locales de duplicados
cristales se “quema” la violeta,
la miel de la pura abeja
blanca no cotiza en mercado
cuando el tasador baja su
martillo en la bolsa de la 25
y sus viejos prostibulos
marineros caminan a la Rosada.
La plegaria a una muchacha
dejó la mañana campestre a la historia.
Trocó sus valores el hippie
comprando iglúes en Mongolia y
locales del once ortodoxo
para soplar merca de baratija.
El buda porteño disipó su
primer puteada en ché,
El sexo confundió el metal de
la moneda y olvidó la simpleza del amor.
Dobló el reloj su aguja de
esfera en la plaza de los Ingleses
donde circunda el ave
meretriz su confundido canto de vereda
con la verborrea del paisano
derrotado al limite de la botella.
La manga blanca pitó su grito
a la vieja y la descortés gorra pidió la
limosna del bacalao.
Abrió lenta su bragueta el
cura del pueblo citadino,
cuando la bípeda mariposa
mostró la variedad de sus coloridas nalgas
y la inmaculada chusma
envidiosa inicio en el estrado una querella.
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