Vas con tu madero de mudada axila,
posas tu reino de betunes
a cada esquina donde el cuero
arrastra su vejez.
Lustras la confesión de los urbanos
pecados,
peinas la virtud mínima de la
miseria
rascando tu lene uña de trapo
deshojas la costumbre ambulante del
sátrapa del asfalto.
El ancestral paño de cuello roto
mueve sus aletazos de cisne negro,
el tiempo va carcomiendo tus dedos
y la vista en ancla de vereda ignora
la ajena mirada de escrutinio.
Esas manos saben del frío trabajo y
la conquista del pan caminante.
Tus dedos acatan la orden del
cepillo y
decoran los paisajes ambulantes,
tienes el don y arte del negro brazo
que no usa guante.
Cuando la tarde brota tu
necesidad de miga
su ultima gota de luna acompaña tu
retiro
con el secreto de los pasos que
limpiaste
y el honroso auguro del alba promete
una figazza,
cuando tu cajón de artesa y
confesionario
establezca su trono ambulante y
desafíe palabras voraces de lenguas
no escuchadas.
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