La obesa rosa semejaba
nuestras cornisas labiales
y el golpe del tambor retumbaba
al chocar múltiples besos de carne.
El tiempo de la mies dorada
destellaba en espejo por tus pupilas.
Mi saliva relamía dulce estambre
y tus rojas zonas me reclamaban.
Cuando unimos dedos en abanico al aire
parecían bambúes unificados de hambre.
Tu piel era mi primaveral pradera
latido de tu corazón agitado cerezo,
mi vista ardía como ígnea acuarela
reflejada en tus ojos impregnados de púrpura
beso.
Acercamos tanto nuestra distancia de
falanges,
que la noche guardó su polifónico sueño
y el
astro del día amaneció entinto en sangre,
así me sentí tu amante de ensueño.
Quise decirte que la nova nos mostraría
un futuro cierto cuando detuviste el
tiempo
con templadas barricadas de tus
cimientos
y así nos convertimos en amor de
azucarados panales.
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