miércoles, 18 de enero de 2017

LA CAMPAÑA



Después de los golpes y el terremoto,
los huesos rotos en sacudida,
fue el  desgarro de tendones en la frontera
de la Pampa nuestra. La Pampa arrasada,
y el sur desolado donde la espina salvaje del civilizado
chorreó la gota roja de los ríos arteros,
donde el Rankul se bañaba.

El viento olvidó el soplo ante la capucha y
el antifaz de la blanca rosa goteó su secreto  de lágrima.
Antes de la soberbia llegó el ojo mísero,
se partió el cuello al cisne envilecido
en la cobriza mano guerrera del Patagón.
Subió del océano el tesoro de la codicia pirata.
Del reino idólatra poderoso se abrió la hoz y la guadaña.
De tanto exprimir el suero, el llanto asfixiado
consumió su pólvora en el lago del desahogo.

Se fracturó la cultura Tehuelche,
el ojo ávido del Guaraní se secó.
La tierra se cegó de pluma y de hierba
El Ona se hundió en el abismo de la ciénaga
con su  inmenso pié descalzo.
Del sembrado del Quechua quedó solo rastrojo.
la mazamorra se hizo con agua turbia
y el chipá sabia a sal de mar muerto.
El caballo del Wichi fue codicia del pillaje,
el azotado desierto inundado de silencio.
De la escalera norteña del Toba quedó solo un peldaño.
Entre la cordillera y el mar,
el cóndor andino se congeló de humedad
cuándo la flecha del destino
armó su arpón de punta, clavando la sangre del lenguaje,
el idioma se anegó en el barro teñido de rojos glóbulos..
La ancha vena del corazón sacudió en temblor/ 

En el desierto llameante de Roca y su campaña
se quemó la raíz del árbol nonato
por la imperial orden del ferrocarril.
la salvaje hermosura indígena se quedó sin ojotas,
y del camino ritual del indio caminando sobre las brasas
sólo quedó la ceniza del ascua apagada.
Cuando vi la hojarasca,
no como osamenta inútil del árbol despojado.
sino como fuego de una pira,
una hoguera que encendió el cubículo de mis ojos.
la ancha vena de la ira se estremeció...
Entre las cruces del hombre elegí la de la memoria,
para que el trueno y el agua no la borren del planeta.
Puse al fuego a la soberbia
- no al soberbio-
Arrojó pestilentes pesares ocultos
bajo la piedra de los dolores humanos
y la tierra de los osarios gimiendo en la cisterna
donde se revuelcan los gemidos no escuchados
del hombre dormido y en vela,
bajo la gleba de la tierra, desde el tiempo de antaño.
de la época del fuego con la piedra,
donde anduvo el venado tierno
con los ojos del trigo dorados,
y la sombra del prado como testigo de la historia.

En el estambre verde, entre la hoja de la avena.

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