viernes, 17 de marzo de 2017

CANCIÓN DEL RENACER

 


De mis labios memoriosos vuela la mágica palabra de ternura.

Al claustro de tu oído se detiene en el recodo se dibujan brillantes astros.

Despierto ahogado en los muelles del ocaso, tras el eco azul
del lago obstinado donde danzan nuestras lenguas.

De ti parte la barca, al horizonte de la lejanía, te persigo hasta tu antro como noctámbulo idolatra. Las gélidas puertas me golpean.

Sobre mí caen piedras, algas y lluvias de astros. Pero te persigo.
Con mis pies de barro a los tumbos. Algo absurdo e iconoclasta.

Te devoraste mi rebeldía de adolescente impune, hasta los marcos
de las ventanas, cuando entro tu soledad simiente en mi carne.

Al evocarte, el vaso de mis venas se cubrió de sabor profundo.
¡ Entre tanta soledad y amor, te bebiste hasta la sed ¡

De tu carne y tus huesos, carne mia, carne húmeda del deseo
Abrace tu dolor de ascua ardiente, en las alas de llama del estío.

Mi afán de asaltante lo aplasta el agua como manada,
e impiadosa amante, me dejaste el sabor de puerto de mar con osarios.

En la negra soledad de mi isla el canto del ave se enturbia.
Sin voz, sin trino ni destino. Naufrago aferrado a un faro ebrio.

Sigo ciego y desafino. Tu risa de copula me tumba,
¡ Oh, cementerio de ruinas. En ti el dolor cede su ansia de beber ¡

El arpón del mar desventurado me abrió una oquedad de frío abandono.
Con voracidad caníbal me ataca el hambre de carne mia. Carne tuya.

Flote en el mar de las lujurias y el apetito de la bellota, cuando del mástil
trepe a barlovento, como marino a la proa de tu llama ardiente.

¡ En el hambre fuiste el pan, en los escombros de mis ruinas, la Cruz de los Milagros ¡

 Mi corazón de gaviota herida ancla en tu pecho de albergue, y
 la pleamar vuelve, a la hora de tus ojos enarbolados.

Silba tu canto de sirena mi callada lengua, la palabra estalla en mis labios,
y al pronunciarte, en el sepulcro de los muertos brilla el fuego de tu boca.

La ola se hace con la brisa de tu partida viajera. Me abandona el frío, y
la calidez en ondas, se desliza por mis piernas de océano florecido.

En el cuello del mar, los muelles helados de la costa ardieron.
Me emancipe erguido, en las cúspides de los polos de la tierra y los trópicos.

¡ Del dolor que me exprimiste me renació el canto ¡

          

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