miércoles, 29 de marzo de 2017

TURVADAS GAVILLAS







Mueve la comparsa su cadera de baile y lentejuela.
La pasista inunda los forasteros ojos  sedientos de nalgas ambulantes,
el termómetro eleva su calor de aire al apetito de la carne.

El taquero vigila en celo la miel de los muslos derramados y

el adoquín de San Telmo extraña el fuelle de Pichuco,
y los bares de Pompeya la gola de Goyeneche.
El status de atavío suena en Quo de los setenta, la luna eclipsa
su Lado Oscuro al son de Floyd y Pappo vendió su viola postmortem pa
garpar el sepelio y donó su tesoro para buscar el guagua de Troilo.

El intendente revisa su agenda de números, resta los haberes y multiplica los debes o viceversa...  ¡Qué mas da!

Si viene de tres prostibulos y una borrachera.
El sentado al trono regente exige a su doméstico gato le traiga una Diosa de melena joven
porque Malena cantó su último tango en el tiempo de la viruta.
Los anegados ojos de libido siguen su senda de cadera,
la diminuta esfera de sus pupilas no ve mas que la pulpa y
la sombra negra del pensar oculto se limite al carnal.
El morlaco y su mosaico extranjero expatriaron el barro
y la acuarela de verde papel reemplazó a la patria.
El Caminito perdió su acuarela de pintura cerca del Riachuelo
y por decreto de Escalazo se barajó el yiraje en la avenida con impuesto.
En los locales de duplicados cristales se “quema” la violeta,
la miel de la pura abeja blanca no cotiza en mercado
cuando el tasador baja su martillo en la bolsa de la 25
y sus viejos prostibulos marineros caminan a la Rosada y
la plegaria a una muchacha con ojos de papel
dejó la mañana campestre a la historia del flaco y su viola.
Trocó sus valores el hippie comprando iglúes en Mongolia y los locales del once ortodoxo se hicieron asiáticos para soplar merca de baratija.
El buda porteño disipó su primer puteada en ché, el sexo confundió el metal de la moneda y olvidó la simpleza del amor.
Dobló el reloj su aguja de esfera en la plaza de los Ingleses
donde el ave meretriz circundó las zonas rojas, equivocó su vereda de traba y cantó con la verborrea del paisano derrotado al limite de la botella.
La manga blanca pitó su grito de bolita a la vieja y la  descortés gorra pidió la limosna del bacalao.
Abrió lenta su bragueta el cura del pueblo citadino,

cuando la bípeda mariposa mostró la variedad de sus coloridas nalgas


y la inmaculada chusma envidiosa inició en el estrado una querella.

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