Socavemos la memoria de la
tierra.
El encuentro del padre con el
hijo.
El hijo del hijo
que no halló su ancestro
ni en los marcos amarillos.
El nieto que perdió
en el camino los
rituales del invierno.
Arañemos las mesas
con el interés del diván,
el recuerdo sentado
del brazo del abuelo y su
apoyo.
La virtud del verano
que dejó su color de
historia.
El campanario que sedujo al
invierno
tras fríos vidrios de helados
papeles.
Que el otoño de nostalgia
herede a los próximos hijos
pródigos
su costumbre de siesta.
El agua verde fresca
de la primaveral fuente,
que de dinámica eterna a los
proyectos
de juventudes la impronta del
crecimiento
coetáneo y su genio se manifieste
más allá de lúgubres tesoros.
Que sea la penetrante mirada
del duro metal
que no doblega su forma.
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