Una palabra se colgó
en el cuerno del silencio
cuando volvíamos del tiempo
y el horizonte era páramo
desértico.
Cultivamos las astas del
árbol
hasta florecer sus ramas
en frondosa esfera de copa
vegetal.
No había más huellas
sobre los cables eléctricos
que dos alondras apareándose
en arrumaco natural.
Al resplandecer el día toca
un trinar de pájaros
despiertos.
Bajaba un celeste palpitar de
mecha
posándose en los labios de
latido,
como un vendaval
de hojas llovían acumulados
verdes
bajo la fronda acrecentada.
El silbido en gravedad
nos alentaba a gobernar el
viento
que meneaba los cabellos,
alimentarnos de cerezos
hasta el abismo del alma
y en la condensación del
espacio
abierto plagar los labios de
incienso
hasta que el humo sobrepasara
la altura
de la acacia que miraba con
ternura.
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