Los niños parias del topacio
tienen los pies en llaga
adormecida,
de acumular frío en la
educada agonía
que dibuja la pizarra del
acrático.
El hambre es la voz muda del
crujido,
en la migración del trigo son
uña de espiga,
enjutos escombros que
abruman esta frustración dañina
donde cabe la solución sádica
de brujos con cuchillo.
Carcomen la corteza del árbol
rendido
y se nutren con savia
infértil de madera.
Los agrupa el siniestro poder
cretino
emparchando corazones en hilera
adormecida.
En las miradas vacías del
aire
oyen el paso anticipado de la
ochava
y en pisos de piedra ateridos
se adormecen.
Mezquindad de cuentagotas,
la sed es un rival de falso
ámbar,
en el recinto de los avaros
precisan tanta agua para
llenar las piscinas
del profano que solo turbias
estancadas
impregnan su boca.
Hurgan avíos de huérfanos que
no merecen
las pirotecnias que azotan
meandros.
En este guerra ancestral de
voces que claman
bajo el fuste demencial de
tiranías y claustros
No les faltan misiles ni
ojivas
cuando la burguesía aplasta
el tablero,
los niños del topacio son
sacrificables peones
que en las cuentas necias
enrocan el juego del voto.
Ya no engordan los haberes
mugrientos de veneno.
Enumeradnos títeres de
manipulando y frágil destino,
en la rotación del planeta
desfallecen en cartones con agujeros.
Se eclipsa la piel en esquinas
sucias, hábito hojoso de ramaje desposeído.
En el eco de aves con mundial
trino
son la respuesta que requiere
la pregunta.
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