Tiene rigor
de batalla cuando habla.
Una muralla
de fulgor por mirada,
agua de
cristal embebido, en el surco arado de su boca.
Boca con
cuerdas, de mandolina afinada.
Es fogosa y
doliente enamorada,
ferviente
idólatra del amor a ultranza.
Sus lágrimas
son de armonía, de lluvia cadenciosa,
rocío que
humedece las corolas, destila el mosto
su sabor de
copa, y se bañan las hadas resignadas.
Tiene curva
de fruto abierto en el vientre,
como la
sonrisa de la medialuna creciente.
Suaves
muslos, con el hábito trepador
hacia mis
piernas, y sus manos...
¡Ah, sus manos¡
Manos ebrias
de aroma a caléndula
que atrapan
las piruetas del aire y al alba,
amanece el
pan horneado entre las palmas.
Uñas de rojo
arcilla, como el ladrillo de la victoria,
del muro y
fortaleza de sus ojos.
¡ Ojos que
incitan la mirada y de tan profundos duelen ¡
Entre los
cardos y las rosas, el ruiseñor le imita el canto.
Y de su risa
serena la prosa, sugiere el verso en manada.
Si ella no fuese mía. Entre las calles,
el tálamo,
la sombra y la pared donde el tulipán se deshoja,
y en actitud suicida se estampa, andaría en su cuello de
cisne,
enredando la
luna nocturna enamorada.
Del río
desbocado de mis venas, desemboca en
Sereno
afluente al mar del sueño,
Donde su alma lene reposa,
custodiada
entre mis brazos en celo..
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