Mis poemas son hojas blancas
que escriben las plumas del
viento,
sonora carcajada de ensueño.
Tinta indeleble en guitarra
andariega,
la voz del pueblo imprime el
sello
en todas las latitudes de
América,
transitan rumores de boca a
boca
y las penas las comprime un
cielo abierto
asomando entre dos cúspides
de cerros.
A veces son navajas que
cortan eslabones del firmamento,
dura letra que despecha el
sometimiento,
rasgan lluvias sobre los
apriscos del ganado
y se lavan en dársenas de
diáfanos puertos.
Sobre adoquinados hierros se
lijan
entrelazados al canto pasan
los hombres
que con su voz canta por mi
gola.
La mano no tiembla ante las fronteras ni las
esquirlas del fuego,
la convicción no trepida ante
las máscaras del miedo.
Compila las espinas del
cardo,
los azotes del cuero en la
extensión del zurriago.
Más la paz duerme serena en
mi sosiego
y al túmulo de la estruendosa
pólvora
la beligerancia de sonidos
nuevos impacta
en la batalla o en la
vendimia del racimo.
También nomina el amor de damas alegres
y en asuntos núbiles se
aferra a la soltería,
como un juglar errante llevo
el compromiso
deletreando versos de cedros
y pinos,
sueños alfareros del campo,
surcos de semillas y plantíos,
Ecos de vientos pampeanos con silbar de
gritos.
A veces escribo desde la
piedra del silencio,
otras por la lágrimas del
llanto ajeno que saja la piel de mi cuerpo
y vibran como abejas
alegóricas elaborando dulces palabras
en la intención de mi verso.
Que mi sonar trepe atalayas
del cielo
y música de trova baje hasta
las palmas del pueblo.
Fusionado himno que la
garganta del eco retumba por toda América.
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