Heridas silenciosas,
profundidad
de abismo.
Tus labios eran topacio de rosas bellas
que plegaron mi boca en duplicados istmos
de verdes acuarelas y
en el tránsito de la estrella
eran replicantes lentejuelas
de románticos
grillos.
Mi nombre se talló en el vientre de tus labios
como eco repercutiendo en la piedra
con ese sonar
a tambor cavado.
Mi piel hizo madriguera,
morada de antro y
desnudos de nombre
y adjetivos fuimos madero
y flor
que la combustión de la noche nos consumía
en la pasión de fluidos explosivos,
Tiempo que no ha sucumbido
en los débiles brazos del reloj.
La envoltura húmeda la mar nos devolvía
como dos náufragos extraviados en la llama,
dos espigas de alma dorada
rajando el surco de segadas mieses
encendimos figuras en la oscuridad
del barro alfarero cuando
pulsaba la brisa tormenta de estallido
El lenguaje de nuestros cuerpos
era signo instruido.
Derrotamos la mueca de abismales heridas.
Con brío de amantes
éramos dulce fruto, rocío de cielo.
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