martes, 31 de diciembre de 2013

ESCUCHA MAR...



Sé que es el amor el  que persiste,
huelo su aroma.
Porque la ola,
antes diminuta, se agiganta, y
con salvajes oceánicos ojos me mira.
Me mira al cerrar la tarde,
cuando las gaviotas ambulantes de la playa,
van a reposar sus plumas de albor sobre las rocas.
La arena se hace uña y rasca,
rasga  con garra tenaz mi espalda,
mientras la tarde me sigue abandonando
con mi recuerdo de sonrisa desterrada, y
mis temblores de tierra,
temblores de muchos hombres,
como un chal pesado de polvo sobre los hombros,
como tejido de lana ferroso y dolor de frontera.

El sol anaranjea, clareando la tarde y
va escapando a su guarida noctámbula.
La luna anuncia su presencia estelar,
con cartel  y rol protagónico, casi de brilloso lente espejado,
refleja e insiste con mi soledad de sombra.

¡ Y del amor ¡
Maremoto oceánico.
Con las crestas del oleaje lapidarias,
destellando mástiles y banderas,
barcos y galeotes de antaño.
Aun me mira,
con mirada celosa y vengativa.
Enroscándome la cuerda al extremo como amarra
Y cubriéndome con el velo muerto
de alguna nave extraviada.
Como si con la niebla pudiera cegar mis ojos y
con su rumor de agua encender mi sonata solitaria,
Y con su furia,
desmembrar mi recuerdo febril de ella.
                             
                                  ¡ Escucha mar ¡
Aún tienes las manos blandas para descuartizar mis recuerdos y
dejarme la soledad como compañera eterna.
Aunque amenaces con diente caníbal y
cuchillo carnívoro con tu ola arrogante.
                                                        Tengo de ella
la casi ilusa esperanza
de encontrarla recostada bajo la arena, 

besando  mis pies descalzos.

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