En un desván recostado
contemplo virtuosos vegetales
del alba.
Toco tras el vidrio tus
largas pestañas.
Nada se de tu olor a
despedida
ni de grises pañuelos secando
lágrimas.
Me fustigan estas paredes
comprimiendo mis lados
un fardo de lumen alumbra en
tu mirada,
tan penetrantes y sensibles
que conmueven el alma.
Cubre con mantilla tu rostro
arrebolado,
que se atraganten las
borrascas con maleza sin medida,
como las arpías con su ojo de
agravio.
Cúbrete con el paño de mis
palabras,
quieta quédate y revístete
con el manto de mi voz.
Ve que en lo alto del velo
negro una estela que ilumina
y diligentes se movilizan la
turba de mis labios.
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