Andaba ya mi dolor clavado
en la espina de mi pena,
como el alma lacerada de un
esclavo
flagelado de azotes.
Congestionada la sangre en mi
vena
como forajido tras rígidos
barrotes,
cedió mi sed a beber
bajo el pino que llovía
trementina.
Mi calzado plegó su cordel
al pactar libre mi paso con
la vida.
Tras la hierba grosor de
maleza
escondía la solución de mi
hambruna,
un cultivo de abonadas frezas
que mis dientes
no mordían del tiempo de la
cuna.
Pedí a la tierra que grabara
mi huella,
porque ahí, tierra mía,
ahí donde duele la ausencia,
se hiere con púas el alma.
Reclamé un alma bella,
una saeta de flechas clavando
el corazón,
que por las noches de olvido
se desangra.
En la vasta distancia que te
extraño
dejé un jazmín en tus manos
y en el marco de tus labios
un beso sentado.
Se dieron mis ojos su
capricho a dormir
bajo el amplio paraguas de
luna nueva.
Mi pecho instaló la esperanza
de vivir,
y que el alba trajera una
mano de mujer
en el centímetro indivisible
de la legua
disipando la bruma instalada
del ayer.
De LLUEVE EL VIENTO EN LOS TEJADOS- A publicarse en julio 2019 - Ed. PALIBROS -
N.YORK - EEUU
Hecho el Depósito según la ley 11-723- registro
de autores.
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