Antes que la
noche
bajara su
bufanda fría en la montaña
sembrado
breas en las sabanas
El apresurado
día se fue sin la tarde.
Bebí agua del
grifo que goteaba
sintiendo sus
propios gusanos
que me ahogaban/
Raspaban con
filosas uñas la cintura de intestinos
perdidos en la
sombra oxidada del cerro frío.
Donde iban los
sueños de una limusina perdida,
en los atajos
clandestinos sin faros de noche,
se doblaba la
naturaleza perturbada
preñada de
ladridos por los perros nocturno.
En los techados
de cartones
andaban los pies
de la pobreza
y en las chapas
maullaban gatos/
La vacía
perorata se abría en cadena por pantalla,
cayeron apagados
fuegos en la órbita del alarde,
la flor plástica
y obesa se comió hasta la tarde
y de tanto
regurgitar pestilencias
vomité hasta las
últimas exequias
De nuevo el filo
de la llaga en su hora punzante
se mimetizó en
mis vísceras y con intransigente voz
dictaba apuntes
en los canales del suicido,
cuando bajé el
interruptor
cambié por otra
musa los fantasmas.
A la diosa le
desfallecía la bombacha
y millares de
ojos se desorbitaban/.
Ya sin más
controles tomé el cuadrado,
en el límite del
hartazgo forniqué el
rectángulo de
vidrio usando mis genitales y
con mis manos de
arrojo furioso
lo exilié al
patio de los desechos.
Tan lejos que se
hundió en la cueva del topo.
Decidí no
llevarme las musas a mi cama,
tomé el respiro
del mínimo aire que entraba,
me acosté con el
sueño de mi amada y
amé su real
pulpa de cristal moldeado
más que ese
espejismo virtual de despojo.
Le degasté la
alfombra cobriza de su piel
de ósculos
encendidos
en esa llanura
de monarquía
y en la altura
infatigable de sus montañas
dejé dos besos
sentados para erguirse al alba/
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