La niebla es para mí...
más que un paño resfriado
tras un vidrio,
un mal dibujo de la lluvia y
la bruma encontrados.
Tiene algo de primitiva
ternura y
la indeleble marca de la
somnolencia.
Algo de figura a flor borrosa
y
la cercana inquietud de
penetrar su débil sombra.
Con ella suelo memorar el
paisaje que yace dormido
y la gota que moja y empaña
el reflejo,
como guardando los recuerdos
y
regando los cultivos de los
sueños
Sudando las paredes y trepada
a los techos
como si en racimos cayera
un beso constante de muro y
labio traspasable.
Por eso la niebla es para mis
ojos un color renovado
ni opacos ni brillantes,
una muralla intrigante que
guarda aun la fuerza de la roja sangre
del espacio al cemento y los
barros.
Cuando nos encontramos
no tengo la intención
parricida de
enterrar su optimismo en los rocíos difuntos
porque cada partícula me
inunda de nostálgica felicidad
y me dejo absorber en sus
intrigas de ritmo gris,
engullendo sus cristales
aproximados
y cuando se me evapora un
recuerdo a la lejanía
la niebla guarda en sus
pergaminos mis memoras.
arrima mis barcas
flotadoras sobreviviendo los vacíos y
aparece como hada sabia,
como un mito de la nada
en la cornisa de una mañana de sol,
o desafiando un crepúsculo
lluvioso iluminado.
La niebla es solo un pase de
magia mas del enigma
de la naturaleza creadora en
una siesta de pereza.
Tiene la sonrisa de ser hermana del triunfo y
el orgullo de haber nacido
con el cielo y la tierra
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