Después del fuego
un túmulo de cenizas esparce el viento, 
árboles deshojados
de raíces yertas,
hendidos al asilo estéril de la tierra
simulan un drástico escenario
de sombra muerta.
La lluvia negra es impacto de zurriago,
cuero que se ensaña con trazos de brea
Un cielo de encono  baja su ira 
como un martillo corpulento.
Una errátil greguería de silencio no
expresa 
la horrenda contemplación de la abierta 
cicatriz  donde la migración
del contorno punza al nervio,   
hasta el alarido que inmola el sustento
de la carne azotada.
Y no hay luces entre la hojarasca
que delaten la permanencia
del cuerpo.
Vislumbrar después del fuego
la marca de la huella
indeleble                             
que no regresa por la misma pisada.
El vuelo cadavérico de gorriones,
órganos sin instrumento en ficción de
cáscara.
La voz apagada condensa un mordaz silencio
que gotea plomo sobre escarcha, 
y la memoria va quemando vestigios de su
recuerdo.
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